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Foto del escritorMARIA PADRON

La otra cara de la pandemia

Actualizado: 28 jun 2021

La idea de escribir un artículo sobre el impacto emocional de la pandemia en colectivos vulnerables, puede llevarnos a caer en un error: querer explicar a través de lo cuantitativo, a través de números y de estadísticas, la incidencia de esta Covid en las personas, sin tener en cuenta a las personas. Y las personas deben hablar, y ser escuchadas.

El impacto real tiene que ver con la vivencia de cada cual, a nivel individual, pero también a nivel colectivo y emocional, y por eso, lo mejor era situar en el centro del discurso a las personas. Porque las personas vulnerables no son “las otras personas”.

Buscar testimonios que construyen las historias, las otras historias. Las miradas de quienes tuvimos que estar más que nunca. Con miedo, con ansiedad, con incertidumbre y con responsabilidad.

Y encontrar testimonios llenos de verdad. Pues hablar desde la emocionalidad, no resta validez al discurso, sino que lo carga de argumentos.


Si para una persona que tiene sus necesidades básicas cubiertas, que dispone de estrategias personales para afrontar la situación, que dispone de salud y de autoestima, que cuenta con apoyo familiar, que dispone y usa las Tics; si para esas personas la pandemia fue dura; cómo imaginarse la misma pandemia impactando en personas que no tienen nada de lo mencionado. Personas que saben lo que es Vivir y Sobrevivir desde la nada.

Resulta una obviedad hablar sobre las dificultades vividas durante el pasado confinamiento y sus repercusiones, sobre todo desde una posición de privilegio. Lo difícil es calcular el impacto de las repercusiones que continúan surgiendo en la actual post pandemia. Porque los efectos emocionales que ha dejado la Covid, los comenzamos a percibir ahora: ansiedad y depresión, agorafobia, aumento de consumos en soledad, desempleo, suicidio. Si además sumamos otros indicadores tales como la presencia de trastorno o enfermedad psiquiátrica, adicción o situación de pobreza, nos encontramos con la otra cara de la pandemia.


Como dato objetivo e irrefutable del impacto de la Covid 19: el teléfono no dejó de sonar un solo día en Proyecto Hombre.

Detrás de cada llamada, había una persona con problemas de adicción, una persona con problemas de salud mental, una persona con un familiar en casa pasando el síndrome de abstinencia, una mujer en situación de violencia de género, o personas en la más absoluta soledad. La soledad de las soledades.


Al otro lado de la llamada, nosotras.


La demanda de ayuda aumentó en un 25% con respecto al mismo periodo del año anterior:

El 20% de las mujeres se encontraban en situación de exclusión social.

El 32% de las mujeres que solicitaron ayuda se encontraban en situación de violencia de género.

El 30% de las mujeres tenían además un trastorno psiquiátrico asociado, y un 18% eran mujeres con alguna diversidad funcional.

El 14% estaban pendientes de resolver causas penales.

En el caso de los hombres, el 16.3% se encontraban en situación de exclusión social.

El 15% padecían algún trastorno psiquiátrico, y un 14.3% tenían alguna diversidad funcional.

El 26% tenían causas penales pendientes.

Esta situación, unido a un 60% de personas en situación de desempleo y un aumento del 20% en consumo de alcohol en hombres y mujeres; fue el escalón desde el cual estas personas comenzaron a subir y a afrontar una pandemia marcada por las necesidades básicas sin cubrir del colectivo de personas en situación de exclusión social y sin hogarismo, alojamiento inestable, situaciones de violencia, y sin apoyo emocional o terapéutico. Son indicadores que no podemos medir solamente con una estadística.

Así que, ante los datos, sólo cabía preguntar qué hay detrás. Y detrás había historias.


MARÍA, Educadora del Centro Residencial Ítaca

María estaba en casa con amigos y amigas, y mientras tomaban algo y comentaban lo que estaba pasando en el mundo, le llegó un mensaje en el grupo de WhatsApp del trabajo.

Era oficial: se declara el estado de alarma y confinamiento en el país.

Comienzan los mensajes al móvil, las dudas, qué vamos a hacer, si tendremos que ir a trabajar o no, …

A María le tocaba turno ese fin de semana, así que al día siguiente tomó su coche, y ante una carretera desierta, puso rumbo a Tacoronte, para dirigirse al centro.

El ambiente de la “casa” estaba enrarecido, porque la incertidumbre había hecho mella en las personas usuarias. Todavía no se sabía lo que se nos venía arriba, ni las consecuencias de lo que iba a suceder.

Después de reunirse con la Directora del Centro, y convocar una asamblea extraordinaria, recuerda que le tocó comunicarles a los y las usuarias que, a partir de ese momento, no se podría salir del centro, ni podrían recibir visitas de sus familiares.

Fue uno de los peores días para María, pues las personas usuarias no entendían todavía el alcance del estado de alarma, ni cómo les afectaría, ni las consecuencias.

Recuerda que algunos de los chicos, pensaban que eran cosas de la “casa” y sus exigencias, y no comprendían la decisión. Decían que estábamos exagerando.

Recuerda también los siguientes días como los peores, porque muchas personas decidieron irse del centro. María sentía la responsabilidad de mantener cierta calma en la convivencia, y al mismo tiempo, respetar las decisiones y las marchas.

De 26 residentes, pasamos a 13 personas.

Las primeras semanas y quincenas, dónde se iba alargando la situación de confinamiento, habían decidido mantenerse informadas a través de los programas de televisión e informativos. Pero esto sólo provocaba en el grupo más desidia, preocupación y tristeza.

Así que se decidió que el único informativo que verían, sería el de la noche.

Tocaba organizar la dinámica de la “casa” para mantener la desinfección y limpieza extrema, con una rectitud similar al ejército: ultimar el uso de mascarillas correctamente, dividir a las personas usuarias en pequeños grupos, y a fuerza de ánimo, ir incluyendo todas las nuevas medidas que les comunicaban desde las autoridades sanitarias.

Las personas con adicciones se encontraban en momentos muy vulnerables y de crisis personal: la autoestima y la valoración personal están por los suelos, en medio de tratamientos terapéuticos realizando ejercicios de introspección personal y familiar, trabajando traumas. Todo se paralizó con la pandemia. La gestión emocional se convirtió en una baza fundamental en el trabajo educativo y del día a día. Tocaba aprender a sobrevivir.

María recuerda el día que uno de los residentes sufrió un brote psicótico, y tuvo que trasladarlo a la cancha del centro, y llamar desde allí a la ambulancia. Recuerda las caras de las personas usuarias, al ver entrar al centro al personal sanitario con los equipos epis, parecía una película de ciencia ficción. Todo se hacía más difícil, más duro. Todo costaba un poco más que de costumbre.


María dice que ella prefería ir a trabajar. Cuando se declara el estado de alarma, compartía piso con un compañero que al ver la situación, decidió irse a casa con su familia. Así que ella afrontó en soledad los tres meses de confinamiento. Decidió no visitar a su familia y permanecer sola. Se cuidó al extremo, iba del centro a casa y de casa al centro.

En la “casa” María sentía que colaboraba, que estaba siendo parte de la ayuda. Que estaba en el bando correcto. Las personas usuarias, las que permanecieron en el centro, sí que no tenían otro sitio dónde ir. No tenían una casa, un familiar al que pedir ayuda, o una persona en la que refugiarse.

Las personas usuarias, sólo nos tenían a nosotras. Y eso les colocaba todavía en una situación de más vulnerabilidad que a cualquier otra persona.


María se cuidaba cuando iba súper, a la farmacia, a cualquier lugar. Al principio cree que todos y todas caímos en la paranoia colectiva. Cree que quizás el trabajo, fue su tabla de salvación para mantener cierta calma.

Decidió colocarse en el batallón de las personas “cuidadoras” de otras, y aunque cansada todavía y con emoción en la mirada, se siente afortunada de haber vivido aquellos momentos en el centro.


ESTHER, DIRECTORA DEL CENTRO RESIDENCIAL

Esther estaba en una Reunión de Dirección de Proyecto Hombre; en el Centro de Día Garoé.

El equipo de dirección llevaba varios días barajando soluciones a los posibles escenarios que la imparable pandemia comenzaba a mostrar.

De repente, reciben la llamada desde Salud Pública del Gobierno de Canarias, apuntando la posibilidad de medidas restrictivas y una pandemia por la Covid 19, que sería un desastre para colectivos especialmente vulnerables; como el nuestro.

Estaban en esta reunión, cuando desde los servicios informativos conectan en rueda de prensa con presidencia del Gobierno, y se anuncia el Estado de Alarma y Confinamiento de la ciudadanía.


La preocupación. La incertidumbre. Las llamadas a los equipos. Los mensajes de WhatsApp. Las preguntas sin respuesta. Las llamadas a “casa”.


La posibilidad de cerrar el centro. Esa posibilidad, Esther no quería ni reflexionarla. Las personas usuarias no tendrían dónde ir. ¿Dónde derivarles? Eran personas sin recursos, sin apoyo familiar o social. Y con enfermedades inmunes o con trastorno mental. Se irían directamente a la calle.

La “casa” no podía dejar en esa situación a personas sin posibilidades de sobrevivir al caos que se nos venía encima.


Después de re organizar los turnos de trabajo de educadores/as y terapeutas, entender los protocolos sanitarios a implementar, la contra información constante, coordinar todas las tareas, y mantener cierta calma, tocaba reunir a la “casa” y explicar la situación.

Al igual que María, fue uno de los días más duros.


Igual que llamar a cada voluntario y voluntaria, para decirles: Cuídate, pero no vengas más por ahora.


Esther recuerda estar conectada al teléfono 24 horas. Eso fue lo peor. No ir a trabajar al centro, sino la intensidad de esos momentos. No poder desconectarse.

Reuniones diarias de dirección, tareas para coordinar el centro con continuos cambios y medidas de protección a implementar, garantizar los suministros y alimentos básicos, farmacia y la atención médica/ psiquiátrica.

Pero también, mantener la motivación del equipo educativo y terapéutico, apoyar y acompañar. Estar presente. Estar atenta por si alguien se viene un poco abajo.

Recuerda los días de descanso sin descansar. Las llamadas a media noche, la ansiedad.

También los trayectos del centro hacia su casa, de noche en la mayoría de días, con la carretera desierta.


La “casa” tenía que seguir siendo un lugar de convivencia, terapia y salud. Y había que crear más que nunca, un ambiente de hogar. Así que el equipo pensó en modificar las rutinas, ya que no se podía salir al exterior, ni planificar actividades de ocio y tiempo libre, ni recibir visitas de familiares…

Los días de visitas se sustituyeron por video llamadas diarias, con familiares de las personas usuarias.

Pusieron a todas las personas a escribir cartas al voluntariado, a sus familias, a sus amigos y amigas.

Las personas voluntarias enviaron videos de apoyo, cartas, recomendaciones para sobrellevar la ansiedad. ¡Hasta canciones y bailes!

Durante esta etapa, ya no se cenaba en el comedor como de costumbre. Ya no había llamada para la cena. Ahora todas las noches, se compartía la cena en el suelo, viendo alguna peli. El equipo se propuso un juego al más estilo cinematográfico de “La Vida es Bella”, para hacer como si estuviéramos en una casa, y que esa cercanía, ayudara a sobrellevar la situación.

¡Y deporte a diario! Profesionales y personas usuarias entrenando en grupo para mantener la forma y la salud.


Para Esther, lo peor vino después del confinamiento. Porque se evidenció la huella emocional que causó todo esto en las personas usuarias, y en el cansancio del equipo.

Los y las profesionales sufrían de agotamiento y estrés. Y en ese momento se comienzan a poder ofrecer plazas a personas usuarias nuevas. Comenzaron las PCR, la mezcla con el exterior y romper una burbuja de seguridad. Ahora ultiman todavía más que antes las medidas de protección, por el miedo al contagio de las personas usuarias.

El aprendizaje ha sido el trabajo en equipo, entender que, si no es entre todos y todas, no hubiéramos sobrevivido. El cuidado de las personas.


JULIÁN. SUPERVIVIENTE. RESIDENTE DEL CENTRO DURANTE LA PANDEMIA.

Julián tiene 57 años, y una adicción al alcohol desde su infancia.

Siete hermanos, niños y niñas, que quedaron huérfanos muy pronto.

Llevaba apenas 25 días ingresado en el Centro cuando comenzó la pandemia por Covid 19. Ya había hecho el programa anteriormente, pero tuvo una recaída, y tocó fondo.

Cuando le pregunté cómo había vivido el confinamiento como usuario del centro, me dice que muy bien. Que fueron tres meses, pero qué él ni se enteró. Para una persona que lo ha pasado tan mal, estar en un centro como el nuestro, le debió resultar de lo mejor: comida, acompañamiento, aseo, alojamiento, cuidados, …

Lo peor para Julián, fueron los abandonos de algunos compañeros. Se quedó muy preocupado, porque la calle es muy dura, y nunca más supo de ellos. Cree que tomaron una mala decisión marchándose. Él ha tomado también malas decisiones en su vida, y sabe lo que se dice.

Durante el confinamiento, Julián se comunicaba con sus dos hijos y su nieto y su nieta. Hablaban por teléfono, hacían video llamadas. Él cree que sus hijos están orgullosos de él a día de hoy. Porque ha batallado.


Lleva 18 meses de proceso terapéutico y abstinencia del alcohol.


Durante el confinamiento nunca tuvo miedo. Se sentía protegido en el centro. Con sus compañeros y compañeras, y el equipo. Y las educadoras.

El centro está rodeado por una finca de cultivos e invernaderos, y tiene vistas al mar. Él se sintió como un privilegiado, cuando veía por la tele familias encerradas en pisos, que a lo mejor no tenían ni un balcón para asomarse a aplaudir a las ocho. Habla con cariño de esos meses, para él significaron hogar, cariño, compañerismo.

Julián se siente privilegiado de que la pandemia pasara cuando estaba en Proyecto Hombre. Si no hubiera estado aquí, no sabría decir qué sería ahora de él. Dónde estaría.


Después de 7 meses en el centro, le tocaba salir y comenzar su itinerario de incorporación a la vida real. Pasó a vivir en el Piso de Apoyo Silva. Un piso dónde no hay educadoras, sólo otro compañero como él. Y esto fue más duro que el confinamiento.

Porque tuvo miedo. Miedo de salir solo. Miedo de ir al super. Miedo de ir a la farmacia. De conocer gente nueva. Todo le parecía un mundo. Deseó volver al centro de nuevo.

Pero había que luchar un poco más.


Julián cobra una pensión, porque sufre una enfermedad crónica y no puede trabajar. Así que su futuro es compartir piso con otras personas. Y a su edad, esto le preocupa.

Pero tiene proyectos vitales. El más importante es el de ser un buen abuelo. Quiere contarles su historia a los nietos, quiere que se sientan orgullosos de su camino.

Y terminar su proyecto de tratamiento. Lograr acabar y continuar.

Tiene sueños que cumplir. A Julián le encanta pasear por la ciudad, y cada vez le cuesta menos hacerlo. Al principio, el confinamiento provocó que no quisiera ir a ningún sitio, pero entiende que no puede estar encerrado. No puede encerrarse a sí mismo.


Julián es un superviviente de la vida. Con y sin nada. El confinamiento ha sido un paseo para él. Su pandemia comienza ahora, en el día a día.


TONO. TERAPEUTA DEL CENTRO RESIDENCIAL.

Tono es psicólogo, y lleva muchos años trabajando como terapeuta en Proyecto Hombre. El día que declararon el estado de alarma y confinamiento, estaba de turno en el centro residencial.


Ese día no volvió a casa, cuando la Directora le comunica que estamos en situación de confinamiento, decide quedarse en el centro. Esa tarde y esa noche, eran turnos de voluntariado, y les llamaron para decirles que no podían venir. Así que alguien tenía que asumir. Y asumió.

Lo primero que pensó, fue en limpiar y organizar toda la dinámica de la casa, el sistema APPC, alimentos, …

En su casa, su pareja e hijo, se dedican también a profesiones del ámbito sanitario, así que habilitó un baño en el garaje de la planta baja de su casa, para poder desinfectarse y ducharse antes de entrar.

Para Tono la principal prioridad era esa, organizar la desinfección.

La intervención terapéutica se centró esos meses en trabajar el día, el aquí y el ahora. En aquella situación, se priorizó la gestión emocional de las personas usuarias, frente a aspectos más de introspección o anamnesis. Hasta que no finalizó el confinamiento, no se retomó esta parte del tratamiento.


Las personas usuarias en su mayoría, casos de patología dual, respondieron bien al confinamiento, la rutina y el aislamiento del exterior son aspectos de fácil adaptabilidad para este tipo de casos.

Tono recuerda que antes del estado de alarma, regresaba de su isla natal, La Palma, y en el avión, escuchó a varias enfermeras que venían preocupadas por la situación que podría avecinarse por la Covid 19.

Para él, que siempre ha tenido un rol de cuidador, tanto profesional como en su vida personal, no le resultó difícil adoptar un papel de supervisión en la casa: uso de mascarillas, uso de gel, …

Durante un año, recuerda no poder haber visto a su madre. Esta situación le afectó emocionalmente.

La emoción sube a su mirada, cuando habla sobre este tema, y como sus compañeras, el trabajo le hizo mantener la calma, sentirse útil, “remar” y poner un plus en su labor terapéutica, para convertirse casi en un especialista en temas de desinfección.


Recuerda como muy extraño, el día que le entregaron un documento “salvoconducto”, plastificado. Si en los trayectos al trabajo le paraba la policía, tendría que justificar su asistencia al trabajo, y cuando salían de turnos fuera de los horarios de “toque de queda”.

El también cree que las personas que ya estaban en situaciones de vulnerabilidad, esta pandemia las sitúa en una situación más difícil, en cuanto al acceso a los recursos básicos; pues la transformación digital y la informatización de los servicios públicos, hacen que todavía estén más fuera de los circuitos de inclusión social.


A nivel profesional, el teletrabajo para él también ha sido difícil de integrar, a la hora de reunirse con su equipo, teniendo que adaptarse a nuevos canales de comunicación (reuniones virtuales, WhatsApp, etc.)

La brecha digital a la que nos enfrentamos ahora, para que las personas con necesidades básicas y de atención accedan a los recursos, conociendo que no tienen medios para acceder a este nuevo mundo digitalizado. Quizás la pandemia los ha dejado todavía más afuera.

Otro aspecto que valora como impacto en las personas en situaciones de vulnerabilidad social, es la soledad. Que también influye en los patrones de consumo de las personas, sobre todo del alcohol, que, por las limitaciones en la vida de ocio, aísla todavía más a las personas con adicción, y consumen en soledad.

La presencia de trastornos psiquiátricos, sobre todo la depresión y la ansiedad, se disparan también en el confinamiento, y ahora tras esta pandemia, en el aumento de casos de personas solas, con adicción al alcohol y patología de depresión.


Estas son las historias que hay detrás de la pandemia por Covid, el impacto real: profesionales implicados e implicadas a pesar del cansancio, que comienzan ahora a hablar sobre el tema y a contar sus afecciones emocionales, y personas con adicciones que han visto cómo toda esta pandemia, las ha colocado más aisladas todavía de los recursos. Historias contadas desde diferentes perspectivas.

Personas con necesidad de hablar y contar sus vivencias, que marcan el reto que se nos presenta ahora: escucharlas.

Cada cual, desde su posición, personal y profesional, cuenta una cara de la pandemia diferente. Por eso, la necesidad de construir las otras historias, donde quepan todas las realidades.

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